En
estos días el campo huele a metano, a descomposición, a animal muerto,
a estiércol, a herrumbre... Ha llovido. La tierra se ensancha, se esponja y
se vuelve voraz. La vida se alimenta de
la muerte. El agua abandona la materia sólida, el gas a ambos y millones de
insectos se encargan de acompañar a cada elemento a su espacio, al lugar de
cada cual, el sitio que cada uno tiene en las diferentes esquinas del salón de
baile que es el mundo y donde volverán a juntarse un día para bailar y danzar
durante lo que dure la canción de cada cual.
Después
del baile de la vida nueva llega el otoño, momento en el que tantos bailes se
han detenido, donde despacio cada uno va ocupando su lugar en los ángulos del
salón para esperar observando. El otoño tiene una belleza incontestable y nos
muestra todos los besos, todos los
rubores y todos los sarpullidos que el roce de los muchos bailes que en
primavera y verano han sido han dado como fruto.
Esto sucede en la calle, fuera de la
casa, en el camino.
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